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Ejemplo 10
Karl Marx

En octubre de 1835, con diecisiete años, se inscribió en los cursos de humanidades de la Universidad de Bonn. Pasó allí sólo un año, en el que estudió griego e historia y llevó una agitada vida estudiantil, incluyendo un duelo y un día de calabozo por alcoholismo y desórdenes (fue la única vez que el fundador del comunismo científico estuvo en prisión). El ambiente universitario de Bonn era rebelde y politizado, por lo que Karl se hizo miembro de un círculo en el que se discutía de política y poesía, y llegó a presidir el Club de las Tabernas, que tenía otros fines. Pese a tantas actividades, de pronto resolvió pasarse a la Universidad de Berlín, en la que ingresó al año siguiente, también en el mes de octubre.
En Berlín se apuntó para estudiar leyes y filosofía, sin abandonar su inclinación por la historia. Encontró muchos amigos y una novia, Jenny von Westphalen, joven inteligente y atractiva de veintidós años (cuatro más que Karl Marx), perteneciente a una familia de funcionarios de reciente nobleza, que jamás tragarían al «noviecito» judío e intelectual de Jenny.
A instancias de sus amigos y de Jenny, en abril de 1841 presentó una brillante tesis doctoral que contrastaba la filosofía de Demócrito y la de Epicuro, incluyendo la después famosa frase: «La crítica es también teoría», con lo que se doctoró en filosofía cuando aún no había cumplido veintitrés años. No irían mucho más allá sus logros académicos. A principios del año siguiente se incorporó a una publicación fundada por las fuerzas más progresistas de Colonia, entonces capital industrial de Prusia.
Como redactor de la Rheinische Zeitung (Gaceta de Renania), Marx tomó contacto con las realidades sociales y la naturaleza crudamente clasista de la legislación prusiana. Nombrado otra vez director de la revista en octubre de 1842, sus crónicas parlamentarias desde la Dieta renana denunciaban al Estado como guardián y valedor de los intereses de los empresarios y expresaban su interpretación radical del pensamiento hegeliano, en tanto que el Estado no cumplía su función esencial como realización ética de la especificidad humana.
Su labor como periodista político lo llevó a tomar conocimiento de los movimientos obreros en Francia e Inglaterra, especialmente por las crónicas de Heine desde París y Lyon, y de las ideas del socialismo utópico mantenidas por Fourier, Owen, Saint Simon y Weitlig. Desde hacía un tiempo estaba fuertemente Influido por el pensamiento de Ludwig von Feuerbach, discípulo de Hegel que elaboró lo que suele resumirse como un «humanismo ateo». Marx comenzó a intentar casar ese materialismo con la dialéctica hegeliana sin llegar a plantearse todavía nada que pudiera llamarse lucha de clases. Justificaba en sus artículos las reivindicaciones proletarias europeas como rebelión de «la clase que hasta ahora no ha poseído nada», un fenómeno natural y circunstancial motivado por la insensibilidad del estamento dominante, que no cumplía adecuadamente su papel rector. Incluso criticaba abiertamente las ideas del comunismo utópico por su parcialidad clasista, que dejaba de lado las «comprensiones objetivas» de la realidad. En última instancia siguió defendiendo el estado integral humanista de Hegel, frente al «estado de artesanos» que, en su opinión, propiciaban los protocomunistas.
La censura prusiana presionó seriamente contra los editores de la Rheinische Zeitung y Marx se vio obligado a dimitir. No deseaba regresar a la carrera académica a causa del rígido control ideológico implantado por el gobierno en la universidad. Tras siete años de noviazgo, se casó con Jenny en junio de 1843 y ambos se sumaron a la emigración política alemana que se dirigió a París. Allí conocería a la crema de la juventud revolucionaria europea, como Heine, Borne, Proudhon y, sobre todo, Friedrich Engels.
En 1847 Marx llegó a Londres y tomó contacto con una sociedad secreta en formación, la Liga de los Justos, integrada principalmente por artesanos alemanes emigrados, que le pidieron que escribiera sus estatutos. Engels los relacionó con los obreros izquierdistas ingleses, y ambos trabajaron desde diciembre hasta enero de 1848 en la carta fundacional de la Liga, que se publicó como Manifiesto comunista. La declaración comienza con una frase que se hizo famosa: «La historia de toda sociedad que haya existido hasta hoy, es la historia de una lucha de clases». Y entre sus consideraciones afirma que las fuerzas productivas están en tensión constante con «las relaciones de producción, con las relaciones de propiedad, que son las condiciones de vida de la burguesía y de su dominio».
Según escribiría más tarde Engels, fue en este período cuando se produjo el punto de inflexión conceptual que rebasó a Feuerbach, pasando «del culto del hombre abstracto a la ciencia del hombre real y su evolución histórica». Apareció entonces también la idea de la «sobreestructura» compuesta por las instituciones y formaciones ideológicas, frente a la Verhaltnisse (palabra alemana que significa tanto condiciones como relaciones) de producción y apropiación del producto social.
En ese momento estallaron en Europa una serie de revoluciones populares en cadena que afectaron a Francia, Italia y Austria, con repercusiones sociales en Alemania e Inglaterra. Marx fue invitado a París por el gobierno provisional y se opuso con vehemencia a la expedición «liberadora» sobre Alemania que proponía el poeta Georg Herwegh. Esto le granjeó una gran impopularidad entre los revolucionarios, pese a que él y Engels pasaron en abril de 1848 a Alemania para colaborar con las fuerzas democráticas. La propuesta de Marx era una alianza de los trabajadores con la burguesía progresista, que lo llevaría a enfrentamientos frontales con los líderes obreros.
Marx resucitó en Colonia la Neue Rheinische Zeitung, que tuvo corta vida debido al contraataque represivo del gobierno prusiano. En su último número, espectacularmente impreso en tinta roja, la revista convocaba tardíamente a la resistencia armada. En 1849, ante el fracaso de la revolución, Marx volvió a París, de donde fue nuevamente expulsado. Pasó a Londres, ciudad en la que viviría el resto de sus días. El desencanto circunstancial respecto al activismo político y su rechazo al radicalismo utópico de algunos compañeros, lo llevó a disolver en 1850 la Liga de los Comunistas.
Varios autores consideran que la capacidad intelectual de Karl Marx se debilitó notablemente en la última década de su vida. Lo cierto es que era un hombre enfermo, casi sexagenario y profundamente desengañado por la incomprensión o la trivialización de su pensamiento por muchos de los que deberían desarrollarlo y llevarlo a la práctica. En sus obras de madurez recuperó buena parte del estilo y la terminología del lenguaje filosófico de Hegel, según el propio Marx, por «coqueteo intelectual» con la obra de su antiguo maestro y como respuesta a la «vulgarización» que mostraba la cultura de izquierdas desde hacía varios años. Por otra parte, buscó también expresar su reconocimiento al fundador de la dialéctica, pese a no haber compartido sus «mixtificaciones idealistas».
Pese a ese semirretiro y a la declinación de sus energías creativas, Marx recibió en esta etapa final visitas y correspondencia de líderes obreros y políticos. Nunca descuidó y siempre mantuvo un magnetismo personal sobre los círculos revolucionarios (incluso los que no compartían sus puntos de vista), que no podían sustraerse a lo que Engels denominaba su «peculiar influencia». Hacia 1877 con la salud muy quebrantada, se refugió definitivamente en la vida hogareña. Y fue precisamente en el círculo familiar donde se produjeron dos desgracias consecutivas que probablemente precipitaron su muerte. El 2 de diciembre de 1881 falleció su esposa, y apenas un año después, el 11 de enero de 1883, su hija mayor, Jenny Longuet. Solo, abatido, con la mente debilitada y los pulmones seriamente afectados, Karl Marx murió o se dejó morir el 14 de marzo de 1883. Su tumba en un cementerio londinense es hasta hoy meta de peregrinación de marxistas y no marxistas que veneran la importancia de su obra y la profunda apertura intelectual de su pensamiento.
Ejemplo 9
Simón Bolívar

Los criollos, a pesar de los privilegios que tenían, habían desarrollado un sentimiento particular del «ser americano» que los invitaba a la rebeldía: "Estábamos (explicaría Bolívar más tarde) abstraídos y, digámoslo así, ausentes del universo en cuanto es relativo a la ciencia del gobierno y administración del Estado. Jamás éramos virreyes ni gobernadores sino por causas muy extraordinarias; arzobispos y obispos pocas veces; diplomáticos nunca; militares sólo en calidad de subalternos; nobles, sin privilegios reales; no éramos, en fin, ni magistrados ni financistas, y casi ni aun comerciantes; todo en contravención directa de nuestras instituciones".
Ésta era, por lo demás, la clase a la cual pertenecían sus padres, Juan Vicente Bolívar y Ponte y María de la Concepción Palacios y Blanco. El niño Simón era el menor de cuatro hermanos y muy pronto se convertiría, junto a ellos, en heredero de una gran fortuna. Bolívar quedó huérfano a los nueve años de edad, pasando al cuidado de su abuelo materno y posteriormente de su tío Carlos Palacios; ellos velarían por su educación, aunque también la negra Hipólita, su esclava y nodriza, continuaría cuidando del muchacho.
Entre los valles de Aragua y la ciudad de Caracas discurrió la infancia y parte de la adolescencia del joven Simón. Combinaba sus estudios en la escuela de primeras letras de la ciudad con visitas a la hacienda de la familia. Más tarde, a los quince años de edad, los territorios aragüeños cobrarían un mayor relieve en su vida cuando, por la mediación que realizó su tío Esteban (ministro del Tribunal de la Contaduría Mayor del Reino ante el rey Carlos IV), fue nombrado subteniente de Milicias de Infantería de Blancos de los Valles de Aragua.
Mientras esto sucedía, tuvo la suerte de formarse con los mejores maestros y pensadores de la ciudad; figuraban entre ellos Andrés Bello, Guillermo Pelgrón y Simón Rodríguez. Fue este último, sin embargo, quien logró calmar por instantes el ímpetu nervioso y rebelde del niño, alojándolo como interno en su casa por orden de la Real Audiencia, lo cual sería la génesis de una gran amistad. Pero ni el apego al mentor ni el ingreso en la milicia fueron suficientes para aquietar al muchacho, y sus tíos decidieron enviarlo a España a continuar su formación.
Partidarios a ultranza de proclamar una independencia absoluta para Venezuela, Bolívar y Miranda instaron a los miembros de la Sociedad Patriótica a pronunciarse en ese sentido ante el Congreso Constituyente de Venezuela, reunido el 2 de marzo de 1811. Fue a propósito de ello que Bolívar dictó su primer discurso memorable: "Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana. Vacilar es perdernos". El 5 de julio de 1811, el Congreso Constituyente declaró la independencia y se aprobó la Constitución Federal para los estados de Venezuela.
La primera República se perdió como consecuencia de las diferencias de criterios entre los criollos, de los resentimientos entre castas y clases sociales, y de las incursiones de Domingo Monteverde (capitán de fragata del ejército realista) en Coro, Siquisique, Carora, Trujillo, Barquisimeto, Valencia y, finalmente, Caracas. Estaba claro que una guerra civil iba a desatarse de inmediato, pues la empresa en cuestión era todo menos monolítica. Bolívar tomaría conciencia del carácter clasista de la guerra y reflexionaría sobre ello a lo largo de todas sus proclamas políticas.
En esta oportunidad, sin embargo, le tocó defender la República desde Puerto Cabello. A pesar de su excelente labor política y militar en defensa del castillo, todo fue inútil; las fuerzas del otro bando eran superiores, y a ello se le sumaba la ruina causada por los terremotos ocurridos en marzo de 1812. El 25 de julio se produjo la capitulación del generalísimo Francisco de Miranda; si bien era necesaria en su opinión, Miranda no había consultado a sus compañeros, y la rendición llenó de ira a Bolívar, quien, al enterarse de los planes de Miranda de abandonar el territorio, participó en su arresto en el puerto de La Guaira: "Yo no lo arresté para servir al rey, sino para castigar a un traidor".
La estrategia de Bolívar fue entonces huir hacia Curazao, desde donde partió a Cartagena, en la costa caribeña de Colombia. El 27 de noviembre de 1811, Cartagena y otras ciudades del Reino de Nueva Granada (actual Colombia) habían proclamado su independencia y constituido las Provincias Unidas de Nueva Granada. La intención de Bolívar, arropada en el manto de un discurso deslumbrante, era encontrar apoyo en las fuerzas neogranadinas para emprender la reconquista de la República en la vecina Venezuela. "Yo soy, granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en medio de sus ruinas físicas, y políticas": con estas palabras se iniciaba el Manifiesto de Cartagena, carta de presentación de Bolívar ante el Soberano Congreso de las Provincias Unidas de Nueva Granada, en la cual trazaba un diagnóstico de la derrota al tiempo que ofrecía sus servicios al ejército de esa región. Los granadinos lo acogieron otorgándole el rango de capitán de la guarnición de Barrancas.
Bolívar libró unas cuantas batallas, incluso desobedeciendo órdenes, y bajo el mismo procedimiento inició su arremetida hacia Venezuela. En mayo de 1813 emprendió la «Campaña Admirable», gesta que consistió en la reconquista de los territorios del occidente del país (mientras, de forma simultánea, Santiago Mariño tomaba los de oriente) hasta entrar triunfalmente en Caracas en agosto del mismo año. A su paso por Mérida le llamaron «el Libertador», y con ese título fue ratificado por la municipalidad de Caracas, que lo nombró, además, capitán general de los ejércitos de Venezuela. Pero la Segunda República iba a ser, en esencia, tan efímera como la primera.
a reconquista de Venezuela tardaría seis años en conseguirse. Las expediciones se iniciaron en la isla Margarita y continuaron su escalada por el oriente en dirección hacia Guayana. La batalla de San Félix (1817) dio a los independentistas la región de Guayana y la navegación por el Orinoco. En 1819, Bolívar emprendió la Campaña de los Andes, y, tras derrotar a los realistas en la batalla de Boyacá (7 de agosto de 1819), obtuvo el control de las Provincias Unidas de Nueva Granada (la actual Colombia), que habían caído en manos de los españoles en 1816. Finalmente, la victoria en la batalla de Carabobo (24 de junio de 1821) selló definitivamente la independencia de Venezuela y Colombia.
Fueron los tiempos del temible general realista Pablo Morillo, al que el absolutista monarca español Fernando VII, repuesto en el trono una vez finalizada la Guerra de la Independencia Española, había encomendado la misión de aplastar toda insurgencia. Vencerlo fue tarea difícil, y Bolívar tuvo que emplear nuevas estrategias de adhesión: proclamó la libertad de los esclavos y ofreció tierras a cambio de lealtad militar. Obtuvo así la colaboración de los ejércitos llaneros al mando de José Antonio Páez, vitales para el desarrollo de la contienda, como también lo fue la ayuda de un importante contingente de soldados y generales europeos, británicos fundamentalmente, quienes anhelaban unirse al Libertador.
Simultáneamente, Bolívar se encargó de la reconstrucción política de la región. En febrero de 1819 convocó el Congreso de Angostura, ante el que pronunció un célebre discurso en el cual instaba a los representantes a promulgar una constitución centralista que había de ser el fundamento jurídico de la soñada República de la Gran Colombia. Presidida por el mismo Bolívar, la «Gran Colombia» quedó constituida ese mismo año, y agrupaba por el momento los territorios de las actuales Venezuela y Colombia.
El sur se encontraba en la mira de la Gran Colombia, es decir, de Bolívar. La liberación y adhesión de las provincias de Quito y Guayaquil (el actual Ecuador) resultaba fundamental para consolidar y mantener la hegemonía en el continente de la recién creada República. Ello fue logrado, desde el punto de vista militar, en la batalla de Pichincha (1822), y desde el punto de vista político, por las negociaciones adelantadas por Antonio José de Sucre y Simón Bolívar, gracias a las cuales la región aceptó integrarse en la Gran Colombia una vez liberada.
Si bien logró todavía aplacar la sublevación de la Cosiata (1826), Bolívar intentó luego evitar la desmembración de la Gran Colombia invistiéndose de poderes dictatoriales (1828), lo que sólo sirvió como pretexto para que, el 25 de septiembre del mismo año, se perpetrase un atentado fallido contra su persona que minó profundamente su moral. Todo era inútil: el general victorioso en las luchas por la libertad de las naciones se veía vencido en aquella nueva etapa de lucha para la verdadera construcción de las mismas. El 27 de abril de 1830, Bolívar presentó su renuncia ante el que sería el último Congreso de la Gran Colombia. Las pugnas caudillistas y nacionalistas desbarataron toda posible conciliación y condujeron a la separación de Venezuela y Ecuador.
Durante los meses que precedieron a su muerte, el Libertador había de evocar constantemente su amarga derrota política. Recordaba a su último amor, Manuela Sáenz, que al salvarle la vida en el atentado del 25 de septiembre de 1828 se había ganado el título de «Libertadora del Libertador»; también evocaba otros amores y otros atentados. Lloraba la muerte de Sucre, el fiel lugarteniente asesinado el 4 de junio de 1830 en Berruecos; recordaba y deliraba, y así murió, solo y defenestrado de los territorios que había liberado, por causa de una hemoptisis, en la Quinta San Pedro Alejandrino, el 17 de diciembre de 1830. En 1842 el gobierno de Venezuela decidió trasladar los restos de Bolívar, según su último deseo. Desde entonces, su legado ha devenido mito y veneración como fundador de la patria.
Ejemplo 8
Ezequiel Zamora

Miembro de una familia de modestos agricultores, su padre, Alejandro Zamora, había muerto cuando Ezequiel tenía cuatro años, y ello motivó a su madre, Paula Correa, a trasladarse con sus hijos a Caracas en busca de mejores condiciones de vida. Procedían de Cúa, población de los Valles del Tuy en la que nació Ezequiel Zamora el 1 de febrero de 1817. La condición de «blancos de la orilla» de la familia Zamora (blancos nacidos en el país, pero no pertenecientes a la aristocracia criolla) no garantizaba el bienestar que habían ido a buscar en la ciudad. Cierto es que el joven Ezequiel asistió a la escuela de primeras letras en Caracas, dirigida por Vicente Méndez, pero no tardó mucho en abandonarla para ayudar a su madre y ponerse al frente de su familia.
Ezequiel Zamora se estableció en Villa de Cura, en el Estado de Aragua, donde abrió una tienda de víveres; pronto amplió su negocio con el comercio ganadero y agrícola en las poblaciones vecinas de los Estados de Guárico y de Apure. La adscripción de Ezequiel Zamora al Partido Liberal de Villa de Cura ocurrió a propósito de los comicios presidenciales de 1846. Su intención y la de sus allegados era postular la candidatura de Zamora como elector para el cantón de esa localidad. Estaba claro que ya para la fecha Ezequiel Zamora se había convertido en persona reconocida por los miembros de la comunidad, campesinos en su mayoría, y se había contagiado de las ideas liberales.
El Partido Liberal se presentaba entonces, bajo su carácter policlasista, como única alternativa para promover un cambio en una estructura social que, con pequeñas variaciones, seguía conservando el esquema colonial. Zamora tenía todas las condiciones del líder popular; no le faltaban la bravura, la constancia y la firmeza de convicciones, y sobresalía además por sus conocimientos de la doctrina liberal, buena parte de ellos obtenidos de los artículos publicados en El Venezolano por Antonio Leocadio Guzmán, líder del Partido Liberal a quien Zamora idolatraba sin medida; de las pláticas con su cuñado Juan Caspers, quien le puso al tanto de la situación política en Venezuela y Europa, y de la instrucción informal proporcionada por su amigo José Manuel García, abogado de quien recibió nociones básicas de filosofía moderna y derecho romano, de los fundamentos del principio de igualdad y de la necesidad de implantar estos últimos en Venezuela.
A pesar de cumplir con todos los requisitos formales estipulados en la legislación sobre el voto censitario, la candidatura de Ezequiel Zamora como elector para los comicios que habían de celebrarse a finales de 1846 fue ilegítimamente truncada por representantes del Partido Conservador. Gobernaba por entonces el conservador Carlos Soublette (1843-1847), aupado a la presidencia por el todopoderoso José Antonio Páez, artífice de la separación de Venezuela de la «Gran Colombia» (1830) y de la configuración conservadora de la República venezolana, cuyos destinos rigió dentro y fuera de sus mandatos presidenciales (1831-1835 y 1839-1843).
La tensión entre liberales y conservadores se agudizaba, mientras el proceso electoral seguía su indebido curso. Antonio Leocadio Guzmán había sido llamado a comparecer por la responsabilidad de cierta propaganda "subversiva", y la ilegalización del Partido Liberal parecía a punto de producirse. Ante tal estado de cosas, el 7 de septiembre de 1846 Ezequiel Zamora encabezó un levantamiento en la localidad de Guambra; bajo la consigna de «tierra y hombres libres», el movimiento reclamó el respeto al campesino, la justa distribución de la riqueza y la expulsión de los «godos» (los afectos al régimen conservador) de los puestos de poder. Al mando de un ejército campesino, el «General del Pueblo Soberano», como fue llamado entonces Zamora, libró varios combates victoriosos en las poblaciones de Los Bagres y Los Leones, pero fue detenido por las fuerzas del Gobierno (comandadas por José Antonio Páez) y condenado a muerte por las autoridades judiciales de Villa de Cura.
Visto el alcance de la reacción liberal, José Antonio Páez creyó oportuno apoyar la candidatura de una figura de talante moderado, José Tadeo Monagas, con el fin de apaciguar a los opositores. Instalado en enero de 1847 en la presidencia con el apoyo de los conservadores, José Tadeo Monagas decidió conmutar la pena de muerte de Ezequiel Zamora por la de diez años de prisión (al igual que hizo con Antonio Leocadio Guzmán, a quien le fue conmutada por el exilio). Aunque orientada a ganar la simpatía del bando liberal, tal «clemencia» política difícilmente podía tener algún efecto, y menos en Ezequiel Zamora, que logró fugarse de la prisión en otoño de 1847, un año después de su encarcelamiento.
Al año siguiente, el llamado «fusilamiento del congreso» dio un giro a la situación: el 24 de enero de 1848, cuando se estaba debatiendo un posible enjuiciamiento del presidente por presuntos delitos de corrupción, un grupo de hombres armados enviados por Monagas irrumpió en el congreso y disolvió por la fuerza la asamblea, causando la muerte de varios diputados. José Tadeo Monagas rompía así definitivamente su alianza con los conservadores y se iniciaba el «Monagato» (1848-1858), década en que los hermanos José Tadeo y José Gregorio Monagas se alternaron en el poder.
A raíz de tal ruptura, Ezequiel Zamora, que se encontraba escondido en los valles de Aragua, decidió ofrecer sus servicios al gobierno; Monagas le encomendó la formación de un batallón en Villa de Cura. Entre ese año y 1849, Zamora libraría campañas contra los alzamientos paecistas que no dejaban de sucederse en todo el país y, de esta forma, alcanzaría rangos importantes en la escala militar. Ya en 1851 fue nombrado coronel, y en 1854, general de brigada. Compartía milicias e ideales con el general Juan Crisóstomo Falcón, otro de los líderes populares del Partido Liberal que, por azares de las circunstancias, llegaría a ser presidente de la República en el futuro, y a través de esta relación conoció a su hermana, Estefanía Falcón, con la que se casó en 1856, tres años antes del inicio de la Guerra Federal, también conocida como Guerra Larga o Guerra de los Cinco Años.
A finales de la década de 1850, la situación era otra vez insostenible. La economía se encontraba en franca debacle y el campesinado seguía luchando por la tenencia de las tierras; los esclavos recientemente liberados deambulaban por el país o se sometían a sus antiguos dueños por no encontrar medios para su subsistencia. El estatus colonial, desde el punto de vista de su estructura económica, había sido reeditado una vez más: los hermanos Monagas habían conformado una suerte de nueva oligarquía basada en sus allegados de Oriente, a la cual la historia ha denominado «oligarquía liberal».
Insatisfechos por la gestión de José Tadeo y José Gregorio Monagas, que no había conducido sino a la construcción de la autocracia del «Monagato», los intereses de aquellos liberales marginados del poder y de los conservadores confluyeron en la alianza que, bajo el lema "Unión de los venezolanos y olvido de lo pasado", promovió la llamada Revolución de Marzo (1858), pronunciamiento militar que derrocó a Monagas y elevó al general Julián Castro a la presidencia de Venezuela (1858-1859).
El 20 de febrero de 1859, en la ciudad de Coro, un grupo de jóvenes comandado por Tirso Salaverría se alzó en contra de la Constitución y tomó el cuartel de Coro; era el inicio de la Guerra Federal. Siguió a ello la inmediata irrupción de Ezequiel Zamora, que desembarcó en la Vela de Coro el 23 de febrero de 1859. Se dice que fue él quien promovió éstas y otras revueltas que se sucedieron simultáneamente en el país, armado desde Curazao y con un eficiente sistema de comunicación que le brindaron algunos marineros ganados para la causa. Después de haber sido nombrado jefe de operaciones del Ejército Federal de Occidente, arengó a la ciudadanía el 25 de febrero de ese año.
El planteamiento de Zamora era avanzar por los territorios del Occidente del país promoviendo a la vez la fundación en los mismos de los nuevos Estados que habrían de integrase en una República federal. Una vez lograda la misión en Coro, donde se proclamó además un gobierno provisional para Venezuela, se trasladó hacia los Llanos y en el camino triunfó en el encuentro de El Palito, el 23 de marzo de 1859. Luego tomó la ciudad de San Felipe (28 de marzo) y reorganizó la provincia como entidad federal con el nombre de Estado de Yaracuy.
En marcha triunfal se dirigió hacia el centro del país atravesando Barinas (donde recibió el 14 de junio el título de «Valiente ciudadano») y Portuguesa. La batalla de Santa Inés (10 de diciembre de 1859), una de las más importantes de la Guerra Federal, fue el paso de mayor relevancia en el recorrido de Zamora; en ella venció al ejército centralista, y es considerada, por lo demás, una de las pocas verdaderas batallas de dicha guerra. Su intención era llegar hasta Caracas, pero en el camino resolvió intentar la toma de la ciudad de San Carlos (enero de 1860). Acampado cerca de la ciudad, mientras hacía una vuelta de reconocimiento junto al joven líder Antonio Guzmán Blanco, un disparo en la cabeza acabó con su vida.
Ejemplo 7
José Antonio Páez

Poco respetuoso con la cadena de mando y con cierta tendencia a extralimitarse en sus funciones como comandante en jefe del departamento de Venezuela, José Antonio Páez terminó liderando a partir de 1826 «la Cosiata», movimiento separatista venezolano que conduciría en 1830 a la desmembración de la Gran Colombia. El mismo Páez dirigió la transición a la nueva Venezuela independiente, que se constituyó en República (la cuarta) y lo eligió como primer presidente (1831-1835). Reelegido para el período 1839-1843, el peso de su inmensa influencia política se dejaría sentir hasta 1847, e incluso en los tiempos del «Monagato» (1847-1858) y la Guerra Federal (1859-1863), etapas en que los liberales intensificaron la lucha contra la conformación conservadora que Páez había impreso a la República.
uy lejos de la Caracas criolla de ímpetus revolucionarios y asideros conservadores de finales del siglo XVIII, José Antonio Páez nació en Curpa, en el actual Estado de Portuguesa, el 13 de junio de 1790. Descendiente de canarios, era hijo de Juan Victorio Páez y María Violante Herrera, ambos de fortuna muy escasa. La familia se encontraba más bien desarticulada; el padre vivía en la ciudad de Guanare y trabajaba para el gobierno colonial en un estanco de tabaco, mientras la madre iba asignando destinos a sus ocho hijos.
Cuando tenía ocho años de edad, Páez fue enviado por su madre a estudiar en una pequeña escuela de Guama. Obviamente, las letras no alentaban las expectativas de aquella familia, pues la colonia no reservaba muchos derechos para las clases desposeídas. Sin embargo, nada de esto sería impedimento para que su hijo se formara en aquello por lo cual se distinguiría. La escuela de Páez fue la que ofrecían los Llanos de Apure, y su estirpe era la del llanero. Grandes extensiones de tierras con vastos pastizales húmedos, secos o inundados, según la temporada, componían el paisaje de esta especie de hombres, cuya actividad era lidiar con las bestias del ganado caballar y vacuno en un horizonte que sólo se comprendía a sí mismo.
Huyendo de un incidente que le costó la vida a un bandido que quería asaltarle, Páez se internó en los Llanos y se empleó como peón en el hato de La Calzada, propiedad de Manuel Pulido. Bajo las órdenes del negro Manuelote, esclavo de Pulido y capataz de la hacienda, aprendió todo aquello que un llanero debe saber: ojear el ganado, medirse en el rodeo, armar la yunta, herrar, enlazar, colear. Para todo ello tuvo que aprender a montar de forma tal que su cuerpo se fusionara con la bestia hasta parecer un centauro. "Imagínese el lector cuán duro debía ser el aprendizaje de semejante vida (diría Páez en su autobiografía), que sólo podía resistir el hombre de robusta complexión o que se había acostumbrado desde muy joven. [...] Mi cuerpo, a fuerza de golpes, se volvió de hierro, y mi alma adquirió, con las adversidades en los primeros años, ese temple que la educación más esmerada difícilmente habría podido darle."
La ganadería se había convertido en ese entonces en un sustituto importante del arruinado comercio del cacao, y ello atrajo a muchos comerciantes a fundar haciendas allí donde conseguían rodear a unas cuantas bestias salvajes. Tal era el caso de Manuel Pulido y sería también el de Páez, a quien Pulido le ofreció la posibilidad de ayudarle en la comercialización del ganado en el hato del Paguey. Fue tal la destreza que adquirió Páez en esta actividad que decidió independizarse, conquistar sus propias tierras y vender su propio ganado.
Comenzó entonces una nueva vida para José Antonio Páez, que no abandonaría jamás. Cuando todavía ejercía de pequeño comerciante, en uno de sus acostumbrados recorridos de Acarigua a Barinas, conoció en el pueblo de Canaguá a Dominga Ortiz Orzúa, huérfana de diecisiete años con quien se casó en esa ciudad en julio de 1809. La vida conyugal se vería interrumpida por causa de la llamada Gran Guerra iniciada en 1811, y se nutriría únicamente de encuentros infrecuentes hasta 1821, año en que apareció Barbarita Nieves en la vida del futuro caudillo. Dos hijos nacieron del vientre de doña Dominga: Manuel Antonio y María del Rosario.
Como tantos otros venezolanos, Páez había permanecido ajeno a la intentona independentista del precursor Francisco de Miranda, que había encabezado en 1806 dos expediciones militares fracasadas al poco de desembarcar. Dos años después, sin embargo, las circunstancias históricas llevaron a una coyuntura mucho más favorable para aquellos criollos que aspiraban a la independencia: en 1808, Napoleón invadió España y obligó al monarca español a abdicar en favor de su hermano, José I Bonaparte.
Ello desató la Guerra de la Independencia Española (1808-1814), conflicto que fue en gran medida una desgastadora guerra de guerrillas alimentada por el rechazo popular al rey francés, cuya autoridad fue contestada con el establecimiento en Sevilla de una Junta Suprema de España e Indias, relevada en 1810 por el Consejo de Regencia de Cádiz. El vacío de poder en la metrópoli fue aprovechado por los múltiples grupos que, desde variados puntos de la geografía hispanoamericana, venían conspirando por la independencia de las colonias.
En la Capitanía General de Venezuela, el golpe de mano tuvo lugar el 19 de abril de 1810: el capitán general de Venezuela, Vicente Emparan, hubo de renunciar a su autoridad en beneficio de la nueva Junta Suprema de Venezuela, teóricamente subordinada al Consejo de Regencia de Cádiz y, por ende, al depuesto monarca español Fernando VII. En la práctica, y a instancias de la Sociedad Patriótica fundada por Francisco de Miranda, el Congreso Constituyente convocado un año después proclamó la independencia de Venezuela (5 de julio de 1811) y emprendió la redacción y sanción de una Constitución Federal.
l regreso de José Antonio Páez a los Llanos se produjo en 1813; en 1814 se trasladó a Mérida, donde permaneció hasta septiembre del mismo año, cuando volvió nuevamente a los Llanos. No saldría de este territorio hasta 1818, cuando sumó sus tropas a las del ejército del futuro «Libertador de América», Simón Bolívar, que había relevado a Miranda en el liderazgo del movimiento independentista. Páez, se dice, siempre estuvo enfrentado contra los realistas, con independencia de que los intereses que lo movilizaran tendieran, en un principio, más hacia la defensa de los territorios que hacia la llamada causa emancipadora.
Reclutado y prófugo del batallón realista a cargo de Antonio Tíscar en 1813, Páez logró armar progresivamente un poderoso ejército patriota que ya para 1818 era una de las principales fuerzas con las que contaban los independentistas. La estrategia de reclutamiento era la de ofrecer tierras a cambio de lealtad militar; esta táctica se convirtió en una de las armas más poderosas a favor de la definitiva obtención de la independencia en 1821, pero también fue lo que permitió a Páez convertirse en uno de los principales latifundistas del país.
Hasta 1816, las batallas libradas por José Antonio Páez como capitán de caballería perseguían sólo el propósito de la defensa y conquista de nuevos territorios; la batalla de las Matas Guerrereñas, en noviembre de 1813, es uno de los combates que se destacan de este período. Entre 1816 y 1818, sin embargo, José Antonio Páez se consolidó como jefe supremo de los ejércitos llaneros. Su carisma era impresionante, y su temeridad, no sólo en la estrategia del combate, sino también en el desconocimiento de la jerarquía de mando cuando lo consideraba necesario, le permitieron ganar adeptos en su escalada hacia la posición de máximo caudillo.
a Venezuela adherida a la «Gran Colombia» había quedado dividida en tres departamentos: Venezuela (provincias de Caracas, Carabobo, Barquisimeto, Barinas y Apure), Orinoco (provincias de Guayana, Cumaná, Barcelona y Margarita) y Zulia (provincias de Maracaibo, Coro, Mérida y Trujillo). En 1821, José Antonio Páez asumió el cargo de comandante general del ejército del departamento de Venezuela, en cuyo ejercicio, lejos de consolidar la unión de la nueva gran república (como deseaba y esperaba Bolívar), acabaría convirtiéndose en el líder del movimiento de separación de Venezuela conocido como «La Cosiata» (cosa pequeña).
El 13 de enero de 1830 Páez estableció un gobierno provisional y convocó elecciones; el 20 de febrero se reunieron las Asambleas primarias que eligieron a los diputados del Congreso Constituyente de Valencia; el Congreso, reunido a comienzos de mayo, nombró presidente provisional de la República de Venezuela a Páez, quien formó gobierno con la camarilla que siempre le había acompañado. Comenzaba entonces la ingente tarea de pacificar y construir un Estado que comprendía un territorio empobrecido y desarticulado de aproximadamente un millón de kilómetros cuadrados, con una población aproximada de 700.000 habitantes.
El Congreso aprobó una Constitución pactada de corte centro-federal y nombró a José Antonio Páez, en marzo de 1831, presidente constitucional de la República de Venezuela para el período 1831-1835. El caudillo, que sería el eje central de la política venezolana hasta 1847, organizó una nueva oligarquía, hallada entre los antiguos hacendados y dueños de hatos, los generales beneficiados por el reparto de tierras, los comerciantes y la clase mantuana de siempre. Las bases del gobierno, aunque con algunos descontentos, eran medianamente sólidas.
Los últimos diez años de la vida de José Antonio Páez estuvieron nutridos por los viajes que nunca había podido realizar y sus recuerdos, que convirtió en gloria. En su autobiografía evoca instantes como aquellos en Valencia cuando, para agradar a su amada Barbarita, representó Otelo junto a Carlos Soublette; o aquellos otros en que su figura de caudillo se transformaba por instantes en la de un excelente violonchelista.
Después de una larga estancia en Nueva York, todavía tuvo tiempo de visitar Brasil y Uruguay, y de establecerse en Buenos Aires, donde compuso una canción a una niña, intentó negociar con cuero de ganado y fue nombrado brigadier general de la nación por el presidente Domingo Faustino Sarmiento. Regresó a Nueva York, de donde salió nuevamente hacia el sur en febrero de 1872. Cruzó el istmo de Panamá para viajar a Perú, donde fue recibido con honores, y vía México volvió a Nueva York, donde falleció el 6 de mayo de 1873.
Ejemplo 5
Francisco de Miranda

se mismo año, finalizada la guerra con la metrópoli, se había consumado la independencia de los Estados Unidos. Seguidor de los enciclopedistas y los filósofos ilustrados, cuyo ideario político liberal había adoptado, Miranda vio en la emancipación estadounidense el ejemplo a seguir para la América hispana, y animado por este ideal se lanzó, por lo que le quedaba de vida, a luchar contra la dominación colonial española. Recorrió Europa y Estados Unidos defendiendo la causa de la independencia hispanoamericana, a imagen de lo que habían hecho las antiguas colonias británicas del continente. Su pertenencia a la masonería le facilitó el contacto con las personalidades más relevantes de las altas esferas, a través de las logias europeas y americanas.
Durante su estancia en Francia, apoyó la Revolución Francesa, que le nombró mariscal de campo, y prestó sus servicios para la conquista francesa de los Países Bajos (1792-1793). Por su actuación en la victoriosa batalla de Valmy (20 de septiembre de 1792) fue ascendido a general, y al mando del Ejército del Norte tomó las ciudades de Amberes y Roermond; pero su superior, el general francés Dumouriez (que más tarde se pasaría a los austriacos) lo responsabilizó ante la Convención de las derrotas de Maestricht y Nearwinden. Defendido por Chauveau-Lagarde, quien brindó uno de los testimonios más hermosos acerca de su trayectoria y servicios en favor de la libertad, Miranda fue absuelto de todos los cargos. Con la llegada al poder de los jacobinos y el inicio del Terror (1793), fue víctima de las persecuciones del Comité de Salvación Pública contra los girondinos y sus simpatizantes; encarcelado de nuevo, fue absuelto tras la caída de Robespierre.
Presidió luego una junta de representantes de las colonias españolas de América (fundada en París en 1797), que respaldó su campaña en busca de apoyos internacionales. En 1806 regresó a Venezuela, habiendo conseguido promesas de ayuda por parte de la zarina Catalina II de Rusia, del presidente norteamericano Thomas Jefferson y, sobre todo, de William Pitt el Joven, primer ministro de Gran Bretaña, de cuyos intereses geoestratégicos se convirtió en agente.
Miranda pretendía formar un único Estado hispanoamericano independiente desde el Mississippi hasta la Tierra del Fuego, para el cual había proyectado una constitución, ideado un nombre («Colombia») e incluso diseñado una bandera (la actual de Colombia, Venezuela y Ecuador). Pero su primer intento de desembarcar en Ocumare fue rechazado por el capitán general de Venezuela; y un segundo desembarco en Coro no despertó la adhesión que esperaba por parte de los criollos, por lo que regresó a Europa en busca de refuerzos (1807).
La invasión de España por las tropas de Napoleón Bonaparte en 1808 creó en las colonias americanas una situación de desconcierto y vacío de poder, que los independentistas aprovecharon para lanzar su levantamiento con más garantías de éxito: Miranda fundó el periódico El Colombiano, desde el cual coordinó los movimientos independentistas que estallaron simultáneamente y con características semejantes en toda Hispanoamérica en 1810; en aquel año regresó a Venezuela, a instancias de Simón Bolívar y de la junta revolucionaria formada en Caracas.
Un Congreso proclamó la independencia de Venezuela al año siguiente, adoptando una Constitución inspirada en la de los Estados Unidos. Pero Miranda no fue tomado en cuenta para formar parte de las nuevas autoridades ejecutivas, y se recurrió a él únicamente para hacer frente al ejército realista que, con el objetivo de liquidar la insurrección, se estaba preparando en Puerto Rico, al mando de Domingo de Monteverde. La flamante República puso a Miranda al frente de las fuerzas rebeldes y le otorgó plenos poderes para detener el contraataque español (23 de abril de 1812).
Sin medios para organizar un ejército eficaz, Miranda tomó la razonable decisión de rendirse tras la caída de Puerto Cabello, plaza defendida por Bolívar, pero aunque contaba con el respaldo de patriotas de la talla de Juan Germán Roscio, Francisco Espejo y José de Sata y Bussy, la firma de la capitulación (24 de julio de 1812) fue entendida como un acto de traición por parte de algunos jóvenes oficiales como Carlos Soublette, Miguel Peña y el mismo Bolívar. Desacreditado por sus errores políticos y militares, y enfrentado tanto a los republicanos radicales como a los terratenientes conservadores, fue arrestado por Bolívar y entregado a los realistas, que le enviaron preso a España, donde murió.
Ejemplo 4
Jesús o Jesucristo

La vida de Jesús está narrada en los Evangelios redactados por algunos de los primeros cristianos. Establecidos en Nazaret, sus padres, José y María, se encontraban accidentalmente en Belén para inscribirse en un censo de población cuando nació Jesús. El relato evangélico rodea el nacimiento de Jesús de una serie de prodigios que forman parte de la fe cristiana, como la genealogía que le hace descender del rey David, la virginidad de María, la anunciación del acontecimiento por un ángel y la adoración del recién nacido por los pastores y por unos astrónomos de Oriente.
Aunque la civilización cristiana fijó la cuenta de los años a partir del supuesto momento de su nacimiento (con el que daría comienzo el año primero de nuestra era), se sabe que en realidad nació un poco antes, pues fue en tiempos del rey Herodes, que murió en el año 4 a.C. Fueron precisamente las persecuciones de Herodes las que llevaron a la humilde familia, después de la circuncisión de Jesús, a refugiarse temporalmente en Egipto hasta que el fallecimiento del monarca les permitió regresar. Por lo demás, la infancia de Jesucristo transcurrió con normalidad en Nazaret, donde su padre trabajaba de carpintero.
Hacia los treinta años inició Jesucristo su breve actividad pública incorporándose a las predicaciones de su primo Juan el Bautista. Tras escuchar sus sermones, Jesús se hizo bautizar en el río Jordán, momento en que Juan lo señaló como encarnación del Mesías prometido por Dios a Abraham. Juan, que había censurado las escandalosas segundas nupcias de Herodías con Herodes Antipas, hijo y sucesor del rey Herodes, fue pronto detenido y luego decapitado a instigación de Herodías y de su hija Salomé.
Tras el bautismo y un retiro de cuarenta días en el desierto, Jesucristo comenzó su predicación. Se dirigió fundamentalmente a las masas populares, entre las cuales reclutó un grupo de fieles adeptos (los doce apóstoles), con los que recorrió Palestina. Predicaba una revisión de la religión judía basada en el amor al prójimo, el desprendimiento de los bienes materiales, el perdón y la esperanza de vida eterna; el llamado Sermón de la montaña, con sus admirables bienaventuranzas, es la mejor síntesis de su mensaje.
Su enseñanza sencilla y poética, salpicada de parábolas y anunciando un futuro de salvación para los humildes, halló un cierto eco entre los pobres. Su popularidad se acrecentó cuando corrieron noticias sobre los milagros que le atribuían sus seguidores, considerados como prueba de los poderes sobrenaturales de Jesucristo. Esta popularidad, unida a sus acusaciones directas contra la hipocresía moral de los fariseos, acabaron por preocupar a los sacerdotes y autoridades judías.
Jesús fue denunciado ante el gobernador romano, Poncio Pilatos, por haberse proclamado públicamente Mesías y rey de los judíos; si lo primero era cierto, y reflejaba un conflicto de la nueva fe con las estructuras religiosas tradicionales del judaísmo, lo segundo ignoraba el hecho de que la proclamación de Jesús como rey era metafórica: aludía únicamente al «reino de Dios» y no ponía en cuestión los poderes políticos constituidos.
Consciente de que se acercaba su final, unos días antes de Pascua se dirigió a Jerusalén, donde a su entrada fue aclamado por la multitud, y expulsó a los mercaderes del Templo. Jesús celebró una última cena para despedirse de sus discípulos; luego fue apresado mientras rezaba en el Monte de los Olivos, al parecer debido a la traición de uno de ellos, llamado Judas, que indicó a los sacerdotes del Sanedrín el lugar idóneo para capturarle.
Comenzaba así la Pasión de Cristo, que le llevaría a la muerte tras sufrir múltiples penalidades; con ella daba a sus discípulos un ejemplo de sacrificio en defensa de su fe, que éstos asimilarían exponiéndose al martirio durante la época de persecuciones que siguió. Jesús fue torturado por Pilatos, quien, sin embargo, prefirió dejar la suerte del reo en manos de las autoridades religiosas locales; éstas decidieron condenarle a la muerte por crucifixión. La cruz, instrumento de suplicio usual en la época, se convirtió después en símbolo básico de la religión cristiana.
Los Evangelios cuentan que Jesucristo resucitó a los tres días de su muerte y se apareció diversas veces a sus discípulos, encomendándoles la difusión de la fe; cuarenta días después, según los Hechos de los Apóstoles, ascendió a los cielos. Judas se suicidó, arrepentido de su traición, mientras los apóstoles restantes se esparcían por el mundo mediterráneo para predicar la nueva religión. Uno de ellos, Pedro, quedó al frente de la Iglesia o comunidad de los creyentes cristianos, por decisión del propio Jesucristo. Pronto se incorporarían a la predicación nuevos conversos, entre los que destacó Pablo de Tarso, que impulsó la difusión del cristianismo más allá de las fronteras del pueblo judío.
La obra de Pablo hizo que el cristianismo dejara de ser una secta judía cismática y se transformara en una religión universal, que se expandió hasta los confines del Imperio Romano hasta convertirse en el siglo IV en la confesión oficial por obra del emperador Constantino. A partir del siglo XV, con la era de los descubrimientos europeos, se difundió por el resto del mundo, siendo en nuestros días la religión más extendida de la humanidad, si bien se encuentra dividida en varias Iglesias, como la católica romana, la ortodoxa griega y las diversas protestantes.
Ejemplo 3
Manuela Sáenz

No ha sido fácil para la historia de la América independentista incluir en su nómina de próceres el nombre de Manuela Sáenz. Si su condición de mujer ya lo hacía difícil, su estatus de amante del Libertador complicaba aún más las cosas. La historiografía del siglo XIX, temiendo por la memoria del "más grande hombre de América", se encargaría de omitir la presencia de esta mujer en su círculo. Con todo y con ello, las anécdotas se dieron a conocer, y la misma historia se vio en la necesidad de otorgarle a Manuela Sáenz la categoría de heroína.
Nació en 1795 en Quito, ciudad por entonces de aires afrancesados, en la que los grandes salones que acogían a la aristocracia marchaban al ritmo de una concepción laxa de la moral y de las distracciones entre criollos y españoles, que pronto se convertirían en una sangrienta guerra entre patriotas y realistas. Era hija natural de Simón Sáenz, comerciante español y realista, y de María Joaquina de Aizpuru, bella mujer hija de españoles de linaje, quien en el futuro tomaría partido por los rebeldes.
Desde muy joven entró en contacto con una serie de acontecimientos que animarían su interés por la política. En 1809 la aristocracia criolla ya se hallaba conspirando contra el poder de los hispanos, y a partir de entonces comenzaron a sucederse un conjunto de revueltas sangrientas. Quizá las circunstancias familiares llevaron a Manuela a optar por los revolucionarios: presenciaba desfiles de prisioneros desde la ventana de su casa, y se maravillaba de las hazañas de doña Manuela Cañizares, a quien tuvo por heroína al enterarse de que los conspiradores se reunían clandestinamente en su casa.
Por causa de las propias revueltas, sin embargo, se ausentó de la ciudad para refugiarse junto a su madre en la hacienda de Catahuango. Allí se convirtió en una excelente amazona, mientras su madre le enseñaba a comportarse en sociedad y a manejar las artes del buen vestir, el bordado y la repostería. Tiempo después ambas regresaron a Quito, y la madre decidió internarla en el convento de monjas de Santa Catalina; tenía entonces diecisiete años.
La fascinación de Manuela por la vida pública y su ímpetu rebelde la harían abandonar prontamente la clausura del convento. Aprendió a leer y a escribir, virtudes éstas que le permitieron iniciar una relación epistolar con su futuro amante: Fausto Delhuyar, un coronel del ejército del rey. Con él se fugó para descubrir más tarde el infortunio de su infertilidad, y la desgracia de estar al lado de un charlatán. Las habladurías del amante le significaron la obligación de contraer matrimonio con James Thorne, un médico de cuarenta años que comerciaba con su padre y al que nunca llegaría a amar.
Corría el año 1819 y Manuela deslumbraba en los grandes salones de Lima, junto a su amiga Rosita Campuzano. El resto de la América estaba convulsionada. Simón Bolívar ya había liberado el territorio de la Nueva Granada y se disponía a fundar en Angostura la Gran Colombia. Entrado el año de 1820, José de San Martín se encontraba de camino hacia Perú. Los limeños comenzaban a conspirar, y la Sáenz se convertía en una de las activistas principales. Las reuniones se realizaban en su casa y las disfrazaba de fiestas; actuaba de espía y pasaba información. Participó en las negociaciones con el batallón de Numancia, y en 1822, una vez liberado Perú, fue condecorada "Caballeresa del sol, al patriotismo de las más sensibles".
Con la excusa de acompañar a su padre, Manuelita marchó hacia Quito. Colaboró activamente con las fuerzas libertadoras: llevaba y traía información, curaba a los enfermos y donaba víveres para los soldados. El 16 de junio de 1822, Simón Bolívar entró triunfalmente en la ciudad y, después de un cruce de miradas, fueron presentados en un baile en homenaje al Libertador.
A partir de entonces mantendrían una relación pasional. Los compromisos del Libertador no impedían los encuentros amorosos, y mientras duraba la ausencia, Manuelita participaba activamente en la consolidación de la independencia del Ecuador. Bolívar le regaló un uniforme, que ella utilizaba a la hora de sofocar algún levantamiento. La muerte de su padre la motivó a regresar a Lima. Fue nombrada por Bolívar miembro del Estado Mayor del Ejército Libertador; peleó junto a Antonio José de Sucre en Ayacucho, siendo la única mujer que pasaría a la historia como heroína de esta batalla. Una vez aprobada la Constitución para las nuevas naciones, marchó a Bogotá junto al Libertador.
Eran los tiempos del corto esplendor de la Gran Colombia. Manuelita militaba activamente en el partido bolivariano y se encargaba de llevar los archivos del Libertador. Durante el día vestía de soldado y, junto a sus fieles esclavas de siempre, se dedicaba a patrullar la zona. Cuidaba las espaldas de Bolívar. El 25 de septiembre de 1828, gracias a su intuición, lo salvó de un atentado dirigido por Francisco de Paula Santander, enfrentándose a los conspiradores mientras su protegido huía descolgándose por una ventana; a raíz de este acontecimiento Bolívar, de regreso a palacio, le dijo: "Eres la Libertadora del Libertador". Solía organizar en su casa representaciones en las que era habitual la burla hacia los enemigos del Libertador; la "quema de Santander" era una de las actuaciones preferidas. Los amores eran nocturnos y se prolongarían hasta la huida de Bolívar a Santa Marta en 1830.
Siete meses más tarde, al conocer la muerte de su amado por medio de una carta de Peroux de Lacroix, decidió suicidarse. Se dirigió a Guaduas, donde se hizo morder por una víbora, y fue salvada por los habitantes del lugar. Antes de la muerte del Libertador se levantó una ola de calumnias en su contra por parte de Santander, y Manuela decidió escribir, como forma de protesta, La Torre de Babel (julio de 1830), motivo por el cual se le emitió una orden de prisión. Seguidamente, tuvo lugar la persecución de los colaboradores de Bolívar, que la consideraban peligrosa. Así, el 1 de enero de 1834, le ordenaron que abandonara la nación en un plazo de trece días. Mientras tanto, fue encerrada en la cárcel de mujeres y conducida en silla de manos hasta Funza, y de allí, a caballo, hasta el puerto de Cartagena con destino a Jamaica.
Manuela volvió al Ecuador en 1835. El presidente Vicente Rocafuerte, ante la noticia de su llegada, determinó su salida del país. Esto le llevó al destierro. Se radicó en el puerto de Paita, donde subsistió elaborando dulces, tejidos y bordados para la venta, ya que las rentas por el arrendamiento de su hacienda de Catahuango, en Quito, no le eran enviadas. En la puerta de su casa se podía leer English Spoken; era querida por la gente del pueblo y bautizaba niños, con la condición de que se llamaran Simón o Simona. Fue visitada por muchos hombres importantes, entre los que figuraron Simón Rodríguez, Hermann Melville y Giuseppe Garibaldi. Uno de los visitantes del lugar trajo consigo la difteria, enfermedad que contrajo Manuelita y de la que murió, ya pobre e inválida, a los 59 años de vida.
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